A partir de la necesidad y consecuente demanda, surgen escuelas, métodos y lugares que, en forma on line o presencial, ofrecen alternativas para aprender a meditar como una manera de solucionar los problemas.
Este crecimiento de la búsqueda de opciones para lograr más eficiencia y calidad de vida es positivo y muestra que hay una necesidad en ciernes en gran parte de la sociedad: encontrar otras respuestas a sus problemas, lo que ya constituye un paso hacia una lenta evolución.
Sin embargo, es bueno aclarar que, si buscamos antecedentes en textos antiguos y serios, observaremos que la meditación no era considerada una técnica desarrollada para dar respuesta a problemas cotidianos, como pueden ser el elevado estrés o la tensión muscular. Situaciones que incluso otras disciplinas podrían solucionar. Por el contrario, desde sus orígenes se consideró la meditación como un estado de conciencia expandida, un proceso por el cual se accede al desarrollo de la intuición lineal con miras al autoconocimiento. Los efectos benéficos inmediatos que produce su práctica son simple consecuencia de los hábitos comportamentales que acompañan el proceso y que, si bien son muy importantes para la calidad de vida, no constituyen la meta buscada.
Podemos empezar tratando de concentrarnos sobre un único objeto. Lo que en sánscrito se denomina êkagrata y que podríamos traducir como técnicas de fijación de la atención en un solo punto. Puede ser un objeto físico, un punto en el entrecejo, la punta de la nariz u otro elemento en el cual podamos enfocarnos en forma sostenida. Continuamente la actividad de los sentidos y el inconsciente introducen en la conciencia inestabilidades que la dominan y modifican, pero con la práctica constante es posible inhibir poco a poco los automatismos psicomentales que dispersan nuestra atención.
Para lograr avanzar hacia el estado de meditación es necesario fortalecer la voluntad, y esto ya comienza a potenciarse ejercitando la concentración en un solo punto con disciplina y regularidad. El entrenamiento espasmódico no ayuda, dado que si un día dedicamos mucho tiempo y los días siguientes nada, y nuevamente en otro espasmo de entusiasmo nos forzamos hasta el agotamiento, lo único que lograremos es fortalecer la dispersión. Es más útil entrenar unos minutos cada día e ir generando el hábito, que actuar en forma irregular.
El Profesor DeRose, en su libro Meditación y autoconocimiento, explica con claridad que “todo se basa sencillamente en practicar concentración dos o más veces por día, haciendo que la mente se eduque y deje de dispersarse todo el tiempo. El alimento de la mente es la diversificación. Por eso a las personas les gusta divertirse, y se sienten tan atraídas por las cosas nuevas”.
En su libro 21 lecciones para el siglo XXI, el historiador Yuval Harari destaca la importancia de practicar meditación al señalar que “en un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder”.
Por experiencia propia puedo afirmar que gradualmente la mente se va disciplinando y su resistencia inicial se transforma en aquietamiento y en la conquista de momentos de mucho placer, en los cuales el tiempo se expande y se obtiene mayor intuición, claridad y certezas.
Edgardo Caramella