Me gusta decir que para lograr despertarse cada mañana y sentir felicidad de empezar el nuevo día, es necesario enamorarse de un propósito que constituya algo más grande que uno. Sentir que lo que hacemos nos trasciende. En otras palabras, lo podríamos definir como sentido de misión.
Una especie de fe apasionada en una filosofía personal que establezca las bases para fijar objetivos, administrar nuestras propias energías, enfocarnos y generar ese impulso esencial para superarnos y alcanzar el propósito deseado.
Los japoneses utilizan el término ikigai. Una palabra compuesta por iki, vida en japonés y gai, que podría definirse como la realización de lo que uno espera. Un claro despertarse con ganas de vivir y hacer cosas en la dirección del propósito que da sentido a cada día, valorando cada momento, cada detalle y aplicando un sentido de gratitud práctico y no místico.
Cada mañana es una nueva oportunidad para aprovechar en nuestro crecimiento y construcción como individuos. Abraham Maslow nos dejó una frase que en cierta forma sintetiza ese deseo y oportunidad de alcanzar objetivos que nos brinden el estímulo para la superación personal: el hombre tiene su futuro en su interior, dinámicamente vivo en este momento.
Este concepto nos enfrenta a la responsabilidad que tenemos de hacernos cargo de nuestra propia vida y establecer un propósito que nos inspire a aprender y tratar de ser la mejor versión de nosotros mismos, cada día. Una construcción en proceso constante, que alcanza todos los niveles de nuestra existencia y debería constituir nuestra ética personal, proporcionándonos una satisfacción que nos aleja del dolor y nos aproxima a la felicidad.
Es un importante cambio de paradigma salir del clásico y angustiante vivir, viviendo, descubriendo el sentido de nuestra existencia. Para comenzar, debemos definir los objetivos, identificarlos y enfocar nuestras energías en uno por vez. Visualizaremos acciones voluntarias para ir construyendo imágenes claras y precisas. A partir de allí esa realidad ya existe, en el plano mental. No basta únicamente visualizar, también es necesario trabajar para concretarlo en el plano material.
Tener siempre presente que las realizaciones proyectadas sean positivas, generando de esta forma un círculo virtuoso que se retroalimenta.
Darle valor a nuestra intuición, evitando que las opiniones de los demás nos impidan llevar adelante el propósito o proyecto que deseamos realizar. Es bueno escuchar opiniones, pero nunca debemos perder la confianza en lo que nos dicen el corazón y la intuición.
Si pretendemos ser mejores personas cada día y construir un mundo mejor, es imprescindible cuidar el proceso y estar atentos a no salirnos de la coherencia entre la ética personal y la obtención del resultado.
Incorporar este sentido de misión a nuestra vida nos lleva a descubrir un potencial que generalmente ignoramos poseer. Esa liberación de vitalidad nos permitirá alcanzar el futuro en lugar de repetir el pasado.
Texto por Edgardo Caramella