“ASÍ ES COMO PIERDES LA RAZÓN”

Del libro Cambia el mundo, empieza contigo, profesor DeRose, Egrégora Books.

“ASÍ ES COMO PIERDES LA RAZÓN”

¿Alguna vez has oído esto? «Tienes razón, pero así es como pierdes la razón». Frase comúnmente dicha a quienes intentan defenderse o defender sus derechos con agresividad o descortesía.

Con educación todo se soluciona. Al hablar con civismo y cortesía, puede lograr negociaciones que de otro modo quedarían sin resolver. Cuando esté emocionalisado, no responda. Mucho menos por escrito. Hay un circuito mal soldado en nuestro cerebro que nos lleva a ser más educados cuando hablamos “cara a cara” y a ser más crudos cuando escribimos. Yo también soy así. Entonces, evito responder por escrito cuando la sangre está hirviendo. Cuando necesito escribir, no envío. Dejo que se calme la cabeza y al día siguiente vuelvo a leer lo que escribí. Siempre suavizo mi escritura. Si puedo, espero más. Si es posible, espero semanas o incluso meses antes de enviar una respuesta dura. A medida que pasa el tiempo y vuelvo a leer, mejoro más el texto.

Había una carta en la que llamé la atención de un antiguo supervisado y muy amigo mío. Me tomó seis meses considerar que no había forma de alivianarlo más. El resultado fue excelente. Pero cuando era joven (léase inmaduro), solía responder en el calor de la emotividad. Con esa actitud, nunca pude resolver los problemas que tenía entre manos y así perdí buenas amistades. Es el precio que pagas por la inexperiencia.

Una vez, estaba haciendo «ejercicio dactilar», cambiando canales en la televisión, como suele hacer la minoría masculina. Estaba en un programa en el que un antiguo alumno mío muy famoso estaba siendo entrevistado por otra alumna antigua, no menos famosa. Me detuve a escucharlos. El entrevistador estaba siendo extremadamente grosero con el entrevistado. Algo tan absurdo, que no entiendo cómo el director del programa no le avisó por el audífono que tenía en la oreja. Pero el entrevistado no perdió la elegancia y respondió con toda cortesía a cada descortesía del entrevistador. Subió mucho en mi estima ese día. Hasta que, mucho tiempo después, al final del diálogo, el entrevistador dijo, con voz dulce: “Pero, Paulo, tú sabes que me gustas mucho, ¿no?”. ¡Listo! Él la había ablandado. Tal vez la había cautivado con sus buenos modales.