Revelación: información significativa que revela un hecho o aspecto antes desconocido para el gran público.
(Diccionario Houaiss)
Aquel que no sabe y no sabe que no sabe, es un tonto, ¡evítalo! Aquel que no sabe y sabe que no sabe, es un estudioso, ¡instrúyelo! Aquel que sabe y no sabe que sabe, es un sonámbulo, ¡despiértalo! Aquel que sabe y sabe que sabe, es un sabio, ¡síguelo!
Máxima hindú
El hecho de comenzar a enseñar fue la gran palanca que me catapultó a un sensible progreso. Dedicándome integralmente a esa filosofía, no se producía dispersión de energías ni de tiempo con ninguna otra profesión que me ocupara los días prácticamente enteros. En general, los practicantes comienzan a dedicarse a las técnicas después que llegan del trabajo, se dan un baño, cenan… y entonces, los diligentes aficionados, cansados y somnolientos, van a leer y a intentar practicar un poco. Otros, que optan por estudiar por la mañana antes del trabajo, a la noche se caen de sueño. Y además tienen esposa e hijos, a quienes tienen que dar atención.
En ese panorama, practicar como alumno es perfectamente viable y hasta ayuda a sortear el cansancio, el estrés y sueño. Pero transformarse en un estudioso en profundidad y en un profesional competente, es mucho más difícil.
Tuve la suerte de estar en la confortable posición de poder estudiar y practicar el día entero, toda la semana, todo el año, sin que me dispersaran otra profesión ni la familia.
Además, siendo instructor, comencé a poder invertir en la compra de libros más profundos y mucho más caros. Libros que los simples estudiantes dudaban en adquirir ya que, siendo para ellos fuente de satisfacción pero no de ganancia, les resultaban una inversión sin retorno financiero. Para el instructor, por el contrario, lo que gaste en libros, cursos, viajes, será todo revertido en mayor perfeccionamiento en la calidad del trabajo. En consecuencia, la inversión retorna de una forma o de otra.
Con buenos libros y viviendo en estado de inmersión total, pude adentrarme en los laberintos del inconsciente en largos viajes, cada vez más remotos, para realizar una verdadera búsqueda arqueológica directamente en los orígenes arquetípicos del Yôga. Las Iniciaciones que había recibido eran un verdadero hilo de Ariadna, con el cual conseguí encontrar el camino de vuelta. Mi Minotauro fue el Señor del Umbral.
Algunas experiencias eran aterrorizantes, pero la juventud me dio fuerzas e intrepidez para superar todas las pruebas y llegar adonde quería. Así, pude probar hasta la extenuación un número formidable de técnicas. Como era de esperar, la mayoría de las prácticas se mostraba inocua y sólo funcionaba como placebo. Otras tantas eran de recursos que producían efectos demasiado fuertes y no ofrecían la menor seguridad al practicante. Descubrí, además, varias combinaciones explosivas de técnicas que podrían ser útiles practicadas por separado, pero resultaban violentísimas combinadas entre sí. Traté de excluir todas estas y sistematicé las que constaté que eran eficaces y, al mismo tiempo, seguras.
A partir de entonces, empecé a practicar todavía con más ahínco y dedicación lo que hoy describiría como un SwáSthya Yôga incipiente. Demostró ser un excelente proceso, pues comencé a obtener resultados fuertes, bastante rápidos y totalmente seguros.
Hoy, todo eso ya está experimentado y codificado, pero cuando yo era iniciante y encaraba las investigaciones, enfrentando lo desconocido, tuve algunas vivencias que −creo−, si las describo aquí, podrán ser útiles a los que están comenzando.
De cualquier forma, el primero y más importante de todos los consejos que me permito dar al lector es buscar un instructor autorizado para enseñar SwáSthya Yôga, o sea, un instructor formado, revalidado y, principalmente, que tenga un Supervisor.
Es necesario que el aspirante tenga buen sentido crítico para reconocer esos atributos y no dejarse engañar por falsos maestros.
Todo practicante tiene sus crisis de desánimo ocasionadas por los largos períodos de disciplina, sin que los resultados de la dedicación aparezcan. Eso me ocurrió también a mí. Me cuestionaba si aquellas prácticas serían correctas; al fin y al cabo, eran horas y horas de ejercicios, de dedicación exclusiva durante meses y años…
Desde las primeras prácticas obtuve rápidos e intensos efectos sobre el cuerpo, el estrés, la salud, la flexibilidad, la musculatura. Pero lo importante eran los chakras, los siddhis, la kundaliní (pronunciar siempre con i final larga) y el samádhi. Y en esa área, no notaba ningún progreso.
En realidad, la evolución estaba produciéndose aceleradamente dentro de mí, sólo que en fase de incubación. Más tarde descubrí que cuando el practicante no percibe su progreso, eso es señal de que el ritmo de su desarrollo está equilibrado y es metabolizable, o sea, se encuentra dentro de los límites considerados seguros. Ocurre que los alumnos iniciantes no lo saben y quieren notar picos de progreso palpable. En otras palabras, aspiran a eclosiones violentas de energía que el organismo no metaboliza y que provocan arranques de aceleración brusca. Eso tiene un costo y termina por perjudicar la salud física y mental.
Tanto hice, que acabé recibiendo un impacto. Si no me hice daño fue gracias a los innumerables dispositivos de seguridad muy eficaces con que el Método rodea al practicante. Uno de ellos hace que las fuerzas sólo sean liberadas si el sistema nervioso y las nádís están realmente purificados y desobstruidos. Para saber más al respecto, consulte el capítulo Reglas Generales de Seguridad en nuestro libro Tratado de Yôga.
Un día, después de un largo ayuno, me puse a practicar horas de japa con bíja mantras, pránáyámas ritmados y largos kúmbhakas, reforzados con bandhas, kriyás, ásanas y pújás. Después de tres horas de ese sádhana, practiqué maithuna con mi Shaktí durante tres horas más[1]. Después, otras dos horas de viparíta ashtánga sádhana, con padma shírshásana de una hora[2]. Entonces, sentí uno de aquellos ápices de arrebatamiento energético, síndrome de exceso.
Al cabo de tantas horas de prácticas tan fuertes, que se acumulaban con lo que ya venía desenvolviendo durante años, sucedió lo inevitable. Sentí que algo estaba ocurriendo en el perineo, como si un motor hubiese comenzado a funcionar allí adentro. Una vibración muy fuerte se apoderó de la región coxígea, con un ruido sordo que se irradiaba por los nervios hasta el oído interno, donde producía interesantes efectos sonoros, cuya procedencia yo podía fácilmente atribuir a uno u otro plexo.
Luego, un calor intenso comenzó a moverse en ondulaciones ascendentes. Según los mudrás, bandhas, mantras y pránáyámas, yo podía manejar la temperatura y el ritmo de las ondulaciones, haciendo incluso que el fenómeno se detuviera más tiempo en un chakra o pasara de inmediato al siguiente. En cada padma, el sonido interno cambiaba, haciéndose más complejo a medida que subía en la línea de la columna vertebral.
De repente perdí el control del fenómeno, como si fuese un orgasmo que se consigue dominar hasta determinado punto, pero después explota. Y fue realmente una explosión de luz, felicidad y sabiduría. Todo a mi alrededor era luz. No estaba envuelto en luz: simplemente era luz. Una luz de indescriptible brillo y belleza, intensísima, pero que no ofuscaba. La sensación de felicidad superaba cualquier parámetro. Era una satisfacción absoluta, insondable. Un chorro de amor incondicionado brotó del fondo de mi ser, como si fuese un volcán. Y la sabiduría que me invadió durante esa experiencia era cósmica, ilimitada. En una décima de segundo comprendí todo, instantáneamente. Comprendí la razón de ser de todas las cosas, el origen y el fin.
No quiero dejar de destacar que fueron vivencias como esa las que aniquilaron en mí el misticismo asimilado en la juventud, generado por lecturas equivocadas. Aquellos que dicen haberse hecho místicos por causa, justamente, de experiencias semejantes, en realidad sólo tuvieron vislumbres tan superficiales que acabaron generando misterios en lugar de disolverlos. Es como la parábola del hombre que encontró la verdad[3].
En mi caso, de allí resultaron los conceptos que me permitieron intensificar la sistematización del método. En aquel momento, todo quedó claro. Todo el sistema comenzó a ajustarse solo, bastando para eso que fuera observado desde lo alto y visto todo de una sola vez, como a través de una lente gran angular. Era como observar desde arriba un laberinto. Bastaba subir a una dimensión diferente de aquella en la cual nuestras pobres mentes yacen engrilladas aquí abajo. ¡Todo era tan simple y tan lógico!
Deseo de salir de aquella experiencia, no tuve ninguno. Sin embargo, después de un enorme período −que me pareció de muchas horas− de regocijo y aprendizaje, sentí que se había agotado el tiempo y era preciso retornar al estado de conciencia de relación, en el cual podría convivir con los demás, trabajar, alimentar mi cuerpo. Bastó pensar en volver e inmediatamente cambié de estado de conciencia. Fue algo muy interesante sentir que perdía la dimensión de infinito ¡y caía, con la velocidad de la luz, desde todas las direcciones a las cuales me había expandido! La conciencia se contrajo a un pequeño centro, infinitesimal, blindado por una mente y por un cuerpo, en una localización determinada dentro de aquel Universo que era todo mío y que era todo yo, apenas un instante atrás. Era el Púrusha cósmico, contrayéndose para volverse Púrusha individual.
Volver a la dimensión hominal no fue desagradable. La sensación de plenitud y la felicidad arrebatadora permanecían. Lo curioso fue que no habían pasado tantas horas como yo suponía, ¡ni tiempo alguno! Frente a mí, el reloj de la pared marcaba la misma hora. Por lo tanto, para un observador externo, todo había ocurrido en un lapso equivalente a un parpadeo y no habría llamado la atención de nadie.
A partir de aquel día, fue como si hubiera descubierto el camino de la mina: no necesitaba más los mapas. Podía entrar y salir de aquel estado siempre que quisiera, con facilidad.
Después de escribir, leo… ¿Por qué escribí esto? ¿Dónde fui a buscar esto?
¿De dónde me vino esto? Esto es mejor que yo…
¿Seremos en este mundo sólo lapiceras con tinta
con las que alguien escribe sin parar lo que nosotros aquí trazamos?
Álvaro de Campos (heterónimo de Fernando Pessoa)
QUÉ ES UNA CODIFICACIÓN
Codificar: hacer o formar un cuerpo de leyes metódico y sistemático.
(Diccionario de la Real Academia Española)
Imagine que ha heredado un armario muy antiguo (en nuestro caso, de cinco mil años). De tanto admirarlo, limpiarlo, revolver en él, acaba por encontrar un compartimento que parecía esconder algo en su interior. Después de mucho tiempo, trabajo y esfuerzo para no dañar esa preciosidad, finalmente consigue abrirlo. Es un cajón olvidado y, por eso mismo, lacrado por el tiempo. Allí adentro usted contempla extasiado un tesoro arqueológico: ¡herramientas, pergaminos, sellos, esculturas! ¡Una inestimable contribución cultural!
Las herramientas todavía funcionan, pues los utensilios antiguos eran muy fuertes, construidos con arte y hechos para durar. Los pergaminos son legibles y contienen enseñanzas importantes sobre el origen y la utilización de las herramientas y de los sellos, así como sobre el significado histórico de las esculturas. Todo está intacto, sí, pero tremendamente desordenado, mezclado y con el polvo de los siglos. Entonces, usted sólo limpia cuidadosamente y ordena el cajón. Pergaminos aquí, herramientas más allá, sellos a la izquierda, esculturas a la derecha. Después, cierra de nuevo el cajón, que ahora estará siempre disponible y organizado.
¿Qué fue lo que sacó de la gaveta? ¿Qué agregó? Nada. Sólo organizó, sistematizó, codificó.
Pues fue sólo eso lo que hicimos. El armario es el Yôga Antiguo, cuya herencia nos fue dejada por los sabios ancestrales. El cajón es una longitud de onda peculiar en el inconsciente colectivo. Las herramientas son las técnicas. Los pergaminos son las enseñanzas de los sabios del pasado, que jamás tendríamos la petulancia de querer alterar. Esto fue la sistematización del SwáSthya.
Por haber sido honesta y cuidadosa en no modificar, no adaptar ni occidentalizar nada, nuestra codificación fue muy bien aceptada por la mayoría de los estudiosos. Hoy, ese método existe en varios países de las Américas y de Europa. Si alguien no lo conoce por el nombre de SwáSthya Yôga, lo conocerá seguramente por el nombre erudito y antiguo:
Dakshinacharatántrika-Niríshwarasámkhya Yôga.
Su nombre ya denota sus orígenes ancestrales, puesto que el linaje más antiguo (preclásico, pre-ario) era de fundamentación Tantra y Sámkhya. Compare esta información con el cuadro de la Cronología Histórica, publicado originalmente en mi libro Yôga Sútra de Pátañjali, editado con el sello de la Universidad de Yôga.
Toda negación es una confirmación de intensidad.
DeRose
[1] Aunque aún era joven, esto ya fue en el período en que había asumido la corriente Dakshinacharatántrika.
[2] Opté por describir las técnicas cifrándolas con términos técnicos para minimizar la posibilidad de que el lector lego se sienta tentado a experimentar la misma práctica. Desaconsejo categóricamente ese tipo de experiencia sin la autorización y supervisión directa de un Maestro calificado. Esa es una práctica para la cual poca gente está preparada y, siempre, quien piensa que está apto, ¡no lo está! Si un discípulo nuestro comete la imprudencia y la indisciplina de lanzarse atrevidamente a ejercicios arriesgados antes de tener reconocidas condiciones de madurez para eso, lo dispensamos inmediatamente y no le enseñamos nada más. La seguridad y la seriedad son componentes técnicos importantes e indispensables en nuestro sistema. Al fin de cuentas, el hecho de que ninguno de nuestros discípulos haya corrido riesgo alguno es lo que ha mantenido la buena reputación del método.
[3] Un día, un filósofo estaba conversando con el Diablo, cuando pasó un sabio con una bolsa llena de verdades. Distraído, como lo son los sabios en general, no advirtió que se le había caído una verdad. Un hombre común que venía pasando, viendo aquella verdad allí caída, se aproximó cautelosamente, la examinó como quien teme ser mordido por ella y, después de convencerse de que no había peligro, la tomó en sus manos, la contempló largamente, extasiado, y salió corriendo y gritando: “¡Encontré la verdad! ¡Encontré la verdad!” Ante eso, el filósofo giró hacia el Diablo y dijo: “Ahora estás perdido. Aquel hombre ha encontrado la verdad y todos van a saber que tú no existes…” Pero, seguro de sí, el Diablo retrucó: “Muy por el contrario. Él ha encontrado un pedazo de la verdad. Con ella, va a fundar una religión más ¡y yo voy a ser más fuerte!”
Por el Profesor DeRose